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HEMEROTECA


PREGÓN SEMANA SANTA 1963


PREGÓN OFRECIDO POR D. ANTONIO MILLÁN PALLARÉS




ANTONIO MILLÁN PALLARÉS

PREGÓN
DE
SEMANA SANTA

HELLÍN, 1963

 

Pórtico

Nadie con más cariño ha conservado notables documentales históricos y fotográficos de Hellín. Expuestos quedaron a la admiración de los ciudadanos en diferentes ocasiones importantes. Los primeros, entre otros momentos notables, en la exposición de manuscritos que se celebró en Hellín, y en la Casa de la Cultura de Albacete, con motivo del Centenario de don Rafael Melchor de Macanaz, Ministro de Felipe V; y las segundas, con diferentes motivos de buen gusto, en los escaparates de Rolmi. Despertaron el asombro y la administración de la ciudad.

Y no es esto todo, con ser mucho. A sus méritos como centinela fiel de estos archivos literario-fotográficos, une también los conseguidos por su condición de escritor. Escritor claro, preciso, dueño de una castellanísima prosa, que puede parangonarse, sin desdoro, con muchas de las buenas plumas ibéricas. El arte de escribir no ha de juzgarse por la cantidad sino por la calidad. A Jorge Manrique, por ejemplo, le bastaron las coplas a la muerte de su padre para ser inmortal. Aunque no haya dedicado sus desvelos a un profesionalismo literario, ha sabido coger la pluma con la mayor dignidad y, desde luego, con plenitud de conciencia en su hacer literario.Me pide -¡pobre de mí!- que avale la publicación de su Pregón con unas cuartillas mías. No puedo negarme, pese a lo escaso en méritos que me hallo, a cumplir este cometido, pues considero tiene plena solvencia literaria. Y todo el que ama y trata de exaltar los valores espirituales y materiales de Hellín merece mi simpatía. Todo lo que sobre Hellín se escribe con amor y conocimiento debiera publicarse, para salvarlo del olvido.

Sobre el Pregón, nada diré. Sería como descubrir el argumento de una película que vamos a contemplar. Sobre el autor, sí: Diré, repito, de su amor a Hellín; de su entrega a la custodia de la documentación donde podemos beber las mejores fuentes de la historia local, de su ayuda y esfuerzos en todo lo que redunda en prestigios de la ciudad (véase Semana Santa, la Virgen del Dolor).Con esto, que no es poco, basta. Ahora, lector amigo, entra en la lectura del Pregón. Pronto oirás, a través de su bien medida y meditada prosa, el ruido de los tambores hellineros, los clarines y timbales, la unción religiosa de la procesión del Silencio, las plegarias, la cera derretida de los cirios, el velo morado de la culminación cuaresmal. Pasarás un rato como inmerso en nuestra Semana de Pasión, tan personal, tan íntima para todos los que amamos este Hellín de nuestros pecados.

Pero callo definitivamente. Un hellinero os va a hablar. Que se haga el silencio en vuestras almas. Leedlo, oídlo. Yo, hago mutis por el foro. Parece como si me hablara en este momento nuestro Premio Nobel, Juan Ramón Jiménez, con aquellos inolvidables versos suyos: ¡No lo toques ya más, que así es la Rosa!

Tomás PRECIADO

 

A MODO DE ADVERTENCIA

Fue leído este “Pregón” el 6 de abril de 1963. De entonces acá ha cambiado el mundo más que antes en milenios. Cosas que creíamos inmutables variaron; ritos y costumbres que permanecieron durante siglos, han variado. Todo parece convidar a una revisión de datos y conceptos. Fue casi improvisado, pero prefiero dejarlo así, tal y como le leí en Radio Hellín aquella noche. No quito ni pongo nada. Faltan en él acopio de datos, sobra cariño.

Durante años hice cuanto pude y supe por la Semana Santa de mi pueblo y ojalá que este “Pregón” alumbre y estimule en los jóvenes la ilusión que yo tuve y tengo por la Semana Santa.
La tradición no es cosa muerta, algo inmutable. En esencia es algo fijo pero el tiempo la moldea. Manos y mentes jóvenes necesita nuestra Semana Santa. Nosotros recogimos una herencia y hace falta que otros nos suceden para que no se pierda ni muera.

El “Pregón” fue así:

Nunca me vi empresa como la de hoy. Año tras año habéis oído el pregón de Semana Santa a personas sobresalientes ya en el ámbito nacional, ya en el local, pero, siempre, destacadas por títulos que ponían de relieve sus merecimientos. Yo vengo pobre de ideas y pobre de tiempo. Hace muy poco que se me encomendó esta misión y sólo me será permitido derrochar entusiasmo. Así pues, lo que falte al pregón en altura de conceptos, en galanura de estilo, en datos eruditos habrá de suplirlo con creces el entusiasmo y el cariño que al pronunciarlo pongo.

Amo la Semana Santa de Hellín y la amo por una razón muy simple: porque es la mía. No la comparo con ninguna otra ni me paro a pensar si es mejor o peor que otra cualquiera. La amo porque es la mía; míos son sus ruidos, sus silencios, su cielo. Mías son sus calles, sus templos y sus imágenes. Mío es todo lo que la envuelve. No tengo otra razón, mayor para amar a la Semana Santa de Hellín sobre todas las otras sin o está: porque es la mía.

Y de esta Semana Santa tan entrañablemente mía y tan entrañablemente querida he de ser el pregonero. El amor a lo mío me redimirá de las faltas. Nuestro paisano D. Cristóbal Lozano habla en uno de sus libros con tan desmedidos elogios de Hellín que no tiene más remedio que pedir disculpa diciendo al final: “perdóneseme el afecto a la patria”. Por ese mismo afecto tan desmesurado a la patria pido yo disculpa desde ahora por si no encontráis en este pregón lo que sin duda estáis esperando.

Pregonar es hacer pública una cosa para que llegue a conocimiento de todos. Y según esto parece fuera de lugar el querer hoy publicar lo que ya es público y notorio. Lo que aquí se diga no será cosa nueva, pero hay que hacerlo y cuando hay amor suenan siempre a cosa nueva los piropos que se dicen y que por sabidos debieran callarse.
Son los días de Semana Santa los días más llenos del año. Al poner la nueva ordenación litúrgica las cosas en su sitio y celebrarse ahora los divinos oficios casi a las mismas horas en que sucedieron los hechos que conmemoran, nos damos cuenta más cabal y exacta del desarrollo histórico del drama de la Pasión. Con poco esfuerzo de nuestra parte podemos sentirnos no sólo testigos sino casi actores. Bien saben esto los que asisten a las ceremonias litúrgicas. Pero para todos hay una como representación abreviada y diríamos popular del gran drama. Las procesiones de Semana Santa podemos considerarlas, si las miramos un poco superficialmente, como esos libros llenos de dibujos que ponemos en manos de los niños para que aprendan a leer sin fatiga y como jugando. Es un modo fácil de sentir y seguir a Cristo en su pasión y muerte.

Una nota distingue y caracteriza nuestra Semana Santa. Son los tambores. Yo no creo que esta costumbre tuviera orígenes legendarios.

En muchos lugares se toca el tambor y sería curioso un intercambio de consultas para estudiar el origen y la evolución en el tiempo de esta costumbre. Hay sitios en que se toca incluso de una manera más estrepitosa que en Hellín. Se toca el tambor y mucho en algún pueblo de Andalucía, Baena por ejemplo; en otros pueblos de nuestra provincia, en localidades de Murcia como Moratalla y si no alejamos más, encontramos tambores en pueblos de Aragón como Híjar y Alcañiz, entre otros. En Híjar son particularmente impresionantes su número y su ruido. Tienen sin embargo una severa disciplina. Nadie toca el tambor hasta la media noche del Jueves Santo. Los tamborileros están repartidos por el pueblo y la señal la da el alcalde levantando el bastón de mando y fijos los ojos en el reloj para que el principio coincida exactamente con las doce. Es lo que se llama “romper la hora”. Entonces, de todos los rincones de Híjar sube un atronador repiqueteo de palillos sobre los parches de tambores y bombos. La información que poseo habla de trepidar de cristales y hasta la rotura de los mismos por el estrépito. No cesan ya hasta el toque de Gloria, pero nota característica es que el estruendo está íntimamente ligado a los actos religiosos y cesa cuando empiezan éstos y se reanudan al acabar. Acompañan también a las imágenes en las procesiones y lo que a mi juicio avalora más su actuación como complemento de los actos religiosos y litúrgicos es que el tocar el tambor hasta la extenuación tiene un carácter penitencial y dicen los datos que poseo, que los tamborileros ni comen ni beben y los cafés y bares permanecen cerrados.

Algo así debieron de ser nuestros tamborileros primitivos. Siempre he asociado las procesiones de Semana Santa con San Vicente Ferrer. Sabido es que en su continuo peregrinar por los reinos de España y por la mayor parte de Europa iba acompañado por las “compañías de disciplinantes” y como valenciano, no faltaban músicos y cantores, Le seguían verdaderas muchedumbres que tan olvidadas iban de sí que consta documentalmente, que muchos ayuntamientos votaban cantidades para dar comida y vestido a los que lo habían dejado todo por seguir al santo. Su presencia en los pueblos debía de producir verdaderas revoluciones religiosas y las procesiones que se organizaban, las músicas y las disciplinas sangrantes debían quedar impresas en los moradores y reproducidas después de la marcha del santo. San Vicente estuvo en Hellín cuatro días en abril de 1411 según asegura su biógrafo, el francés P Fage, quien da también el tema de los sermones: “fustigó mucho a las brujas y adivinos que pululaban por el país”. Abona más en mi opinión el hecho de que durante siglos fue la cofradía de Nuestra Señora del Rosario la organizadora de las procesiones de Semana Santa. Esta cofradía dependía en lo espiritual del convento dominico de Chinchilla en donde dejó muy honda huella el paso de San Vicente Ferrer.

Sin duda os cansan estas divagaciones, pero yo tengo interés en que los tamborileros se sientan más íntimamente unidos a las solemnidades de la Semana Santa y no solamente  como una nota curiosa de ella. Con su tambor y su ruido son algo muy principal en nuestra Semana Santa y se corre el peligro de que se crean algo aparte y ajeno a las procesiones y a las solemnidades litúrgicas. El tamborilero de Hellín es por tradición o costumbre muy individualista y, sin perder ese carácter, debe de sentirse más íntimamente ligado a todo y a todos. El redoble de su tambor debe ser una nota más en la gran sinfonía de los días santos. Esa sinfonía está llena de luz y vida y para que sea perfecta, debe todo de andar acorde. ¡Qué gran papel juega en la Semana Santa de Hellín el tamborilero que cumple bien su cometido! El cine nos ha hecho familiar lo que llamamos música de fondo. No es algo postizo o de relleno; algo que se intercala entre dos escenas o imágenes. Es algo más. La música de fondo da relieve a muchas escenas y hasta la hay de tan extraordinaria importancia que cesa la palabra y esa música viene a primer término y se hace protagonista principal. Los tambores deben ser esa música de fondo de la Semana Santa hellinera. Podemos imaginar su ruido como el clamor de la naturaleza cuando su creador muere.

Una saeta popular canta:

Se cubrió el cielo de nubes,
perdió sus rayos el sol,
y se estremeció la tierra
al morir el Redentor.

Las personas pueden llorar pero también deben llorar las piedras y los árboles, el sol y la luna, las estrellas y las nubes. El poeta pedía a los hombres que lloraran la muerte de Cristo, “pues todos en Él pusisteis vuestras manos” y al llanto de los hombres, ha de acompañar el llanto de las cosas que salieron de la omnipotencia de Dios en el primer capítulo del Génesis.

Por eso, el redoble del tambor puede ser el eco de la peña que se rompe; del árbol que gime; del viento, de la lluvia; del cielo que se tambalea cuando clavado en la cruz muere en la cumbre del Calvario el autor de la vida y vientos contrarios de odios y amores mueven como bandera desplegada el árbol de la cruz.

Por eso hemos de repetir que el tamborilero que cumple bien su cometido juega un papel muy importante en nuestra Semana Santa. Hemos ganado mucho y ya se ven menos aquellos tamborileros andrajosos y borrachos que ponían una nota triste y desagradable de carnavalada barata. Ciertamente hemos ganado mucho y con ello quien gana y aumenta es la maravillosa belleza que invade Hellín en los días santos.

Hellín improvisa cada año su Semana Santa. Yo no sé qué ángel velará por nosotros porque lo cierto es que cada año se renueva el milagro, que milagro y no pequeño es el que todo salga bien. Parece como si jugáramos a la quiniela de organizar las procesiones y acertáramos siempre. Mejor sería un trabajo más constante durante todo el año pero somos así y hasta ahora todo nos ha salido bien. Ante había poco que hacer para organizarlo todo. El Domingo de Ramos se sacaban los “pasos” de sus nichos, se les quitaba el polvo, se les ponía las cuatro flores de trapo de siempre y ya estaba todo listo. Generaciones enteras pasaban sin que durante su existencia vieran innovación alguna. Los cultos cuaresmales tan exactamente iguales siempre; la vida más hogareña y muchas circunstancias hacían que fuéramos preparándonos con más tiempo y calma para la Semana Santa. Hoy ha cambiado todo. Sólo subsiste una indiferencia grande en la mayoría. Hay quienes no tienen más trabajo que buscar un buen sitio para ver la procesión y levantarse cuando pasa la Virgen de los Dolores. Y éstos son los que más exigen: les parece que son pocas las bandas de música, que falta orden o puntualidad y que los tronos van pobres de flor. No se preocupan ni les interesa el pertenecer a alguna Hermandad y haber contribuido con dinero o trabajo al mayor esplendor de aquello que critican.

Pero no importa, este año como todos, se repetirá el milagro de una nueva y maravillosa improvisación. De nuevo Hellín se convertirá en el escenario del gran drama que cambió el mundo y la historia.


Ya llega la Semana Santa. Cerrad los ojos e imaginad conmigo que pasa la procesión. Yo quisiera inculcaros el amor al detalle. Todos los años no pueden haber grandes novedades, pero, un pliegue nuevo en el manto, un cambio en la postura de las manos, cualquier nota en el arreglo del trono puede ser el resultado y el triunfo de muchas horas de preocupación y de muchos sacrificios. Si os fijáis en detalles acabareis encariñándoos porque sabréis valorar lo que cada cosa representa y será un estímulo para que cada vez se intente una nueva y mayor superación.

Las procesiones no son simples desfiles. Si eso fuera valdría más el suprimirlos. Tiene un fin determinado que es, en este caso, el excitar al pueblo a la devoción. Son también como un complemento a la liturgia. Los sagrados oficios de estos días o acciones litúrgicas como los llama la nueva ordenación nos hacen ver con realismo palpable los grandes misterios de la Pasión de Cristo. Su triunfo el Domingo de Ramos y la veleidad de la muchedumbre que una veces aclama y al momento olvida e injuria; las escenas de honda ternura de la tarde del Jueves Santo en donde loco amor se da en comida; la escenificación grandiosa, superior a todo drama humano, que es el canto del “passio” en los oficios del Viernes Santo con unas ceremonias tan antiguas e impresionantes que nos llevan hasta los siglos primeros de la Iglesia en medio de ritos milenarios que presenciaron los que tal vez llegaron a conocer a los testigos del drama del Calvario. Para mí nada hay comparable a la primera parte de la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo: el avanzar la luz rompiendo las tinieblas del templo iluminándolo todo con su claridad como un anticipo de la resurrección cercana y escuchar después el canto jubiloso de la Angélica tan llena de sublime lirismo.

Pero todo esto es en el interior de los templos y como es tan grande lo que se conmemora, se desborda la liturgia y sale a la calle. El arte, la luz, la riqueza, los cirios que se consumen en sí mismos como muestra de nuestro propio sacrificio, todo contribuye a meternos por ojos y oídos la gran lección y llenarnos el alma con la conmemoración de la Pasión de Cristo y su triunfo sobre la muerte y el pecado. Cada uno puede meditar al ver la procesión en aquello que más acorde esté con sus sentimientos o inclinaciones, según su particular devoción. Para unos será la Verónica, mejor valiente que no teme risas ni críticas; o la Magdalena, que compra su perdón con un amor sin límites; o Juan, lleno de juvenil entrega y siempre fiel. Quién preferirá a Cristo atadas las manos, azotado y maltrecho o con los brazos abiertos en cruz dispuesto para el abrazo. Y yo no sé por qué, pero los más parece que prefieren a la Virgen. Dios sabrá los motivos. ¡Para cuántos hellineros será la Virgen bañada de luz en lo alto del Calvario la última imagen que retratarán sus ojos en el momento supremo de la agonía! No debemos ahondar en el por qué de muchas cosas. La Virgen de los Dolores ha facilitado el camino de muchas conversiones. Pertenece esto a los secretos caminos de la providencia que puso en el cielo la estrella polar para guía del navegante y pone en el camino de los hombres hitos que enderezan desvíos y torpezas. Cuando al parecer nada pudo lograr la locura de la Cruz lo pudo con una lágrima la Virgen de los Dolores.

Vamos llegando al final. Si duda esperaban muchos que describiera una por una las procesiones; que dijera cómo es cada uno de los pasos; que hablara del Calvario, de la procesión del Entierro, que contara anécdotas o datos históricos desconocidos y olvidados. Todo eso lo sabéis y lo habéis oído contar mejor que yo pudiera hacerlo. Y hablar del mojete, de las empanadas, de la cueva de la arena, está bien para otro lugar; aquí sería empequeñecer algo que tiene límites inmensos. Que cambió el curso del tiempo y de la historia; que partió en dos la vida de la humanidad.

Entramos en la Semana Santa. Yo quisiera que ninguno permaneciera impasible y ajeno, Debemos sentirla de veras y en lo humano y como hellineros debemos trabajar de verdad. Necesita la colaboración de todos y el esfuerzo individual y colectivo. Ser de Hellín y no pertenecer a alguna hermandad pasionaria es ser a medias hellinero. Mi admiración sin límites para esos héroes anónimos que son los verdaderos artífices de la Semana Santa. Yo conozco sus nombres y los he visto limpiar el polvo, arreglar tornillos, robar horas al descanso para que nada falte. Ellos saben poner paz entre los elementos díscolos, multiplican con su entusiasmo los pobres recursos de la menguada economía de la Hermandad. Para ellos mi admiración y mi estímulo.
           
Tampoco puedo olvidar a otros que llevo muy cerca del corazón. Mi recuerdo y mi afecto a los que bordan la filigrana de mecer el trono de la Virgen del Dolor en la noche de Jueves Santo. ¡Qué entrañablemente sentirán la Semana Santa para llevar a la Virgen como la llevan! YO creo que no son ellos los que llevan a la Virgen, sino Ella la que los lleva a ellos.

Van abajo, entre los faldones de terciopelo del trono. Nadie los ve ni piensa en ellos, pero son los que dan vida a los movimientos del “paso”. La Virgen camina la verdad y ellos son los pies. Pasos menudos como los daría la Virgen, porque la estrechez no les permite caminar más aprisa. Van prisioneros en lugar estrecho y el caminar de cada uno ha de sujetarse al caminar de los otros. Pero con el latir de sus corazones dan vida al parpadeo de la cera y el movimiento rítmico del palio refleja la armonía con que allá abajo se mueven los costaleros.

La Virgen va levantando murmullos de emoción y son los costaleros los artífices principales de la maravilla. El andar humano de la Virgen del Dolor es obra de ellos, vuestra ¡costaleros de la Virgen! Vosotros renunciáis a toda gloria para que el triunfo sea de Ella solamente. Vais ocultos en la “bodega” del “paso” y nadie os ve, pero os ve la Virgen. Su andar humano es vuestro andar. Vosotros dais una temblorosa armonía a los varales, a los claveles y a los flecos de oro con la vibración de vuestra sangre, con vuestro aliento, con el latir cansado del corazón. Formáis un todo con el “paso” y todo el temblor de vuestro cuerpo se comunica a los varales, a los cirios y a la misma imagen. Es vuestro sudor el que da calor a la llama de las velas –llamas de oro, rojas de llorar -, y como su parpadeo da vida a las lágrimas de cristal de la Virgen, sois vosotros los que hacéis el milagro de que llore de verdad y mueva los corazones cuando pasa. ¡Ya veis, costaleros de la Virgen del Dolor la parte que tenéis en sus milagros! Cuando al terminar la procesión salgáis de vuestro encierro y miréis a la Virgen que aún parece tener húmedas las lágrimas, decidle que, pues habéis sido costaleros suyos, se Ella la que os lleve el resto del año y siempre.

¿Y que diremos más cara a la Semana Santa? Para no desentonar en el cuadro de belleza suma, cada uno debe ocupar su puesto y cumplir bien su papel. Unos en las filas, con orden, en silencio. Los demás en balcones y aceras con los ojos abiertos a la gran lección que ante ellos se explica llenando los sentidos y el alma con la contemplación de los grandes Misterios.

Los tamborileros redoblando más y mejor cuando más y mejor sea necesario su redoble y callando cuando el momento necesite la elocuencia soberana del silencio. Como hellineros debemos volcarnos y hacer que la Semana Santa sea nuestro orgullo y el de Hellín y que su celebración nos aproveche un poquitín, al menos, en nuestro caminar por la vida. Dejar abierta el alma para que se obre el milagro sin preocuparnos del cuándo ni el cómo. Un personaje de una de las novelas de Palacio Valdés al ver a Cristo que pasa con la cruz a cuestas, le dice con acento salido del corazón: ¡Señor, voy lejos, pero te digo! Nosotros debemos también de seguirle de cerca o de lejos, según las fuerzas y repetir con el poeta que tradujo así, en la más sonora y alta lírica castellana aquel anhelo del De profundis:

Yo, Señor, en ti espero,
y esperando le digo al alma mía
que más esperar quiero:
y espero todavía,
que es tu ley responder al que confía.


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