La obra y la acción de María no acaba en el Calvario. Los apóstoles formaban la primera Iglesia. Y María era la madre de esa Iglesia.
Ciertamente María no pertenece al grupo de los Apóstoles, pues no ocupa un lugar jerárquico, pero es presencia activa y animadora primera de la oración y la esperanza de la comunidad.
María era una mujer del espíritu. Su vida está llena de intervenciones del Espíritu Santo. El Espíritu Santo fue quien la cubrió con su sombra y obró en ella la Eucaristía del Hijo de Dios. El Espíritu Santo santificó a Juan Bautista en el seno de su madre Isabel, y María e Isabel se llenaron de gozo en el Espíritu. El Espíritu Santo reveló al anciano Simeón la misión de su Hijo Jesús y profetizó a María la espada de dolor...
Por tanto, toda la vida de María se desarrolla en la fuerza del espíritu.
Al recibir, una vez más, María al Espíritu Santo en Pentecostés, recibe la fuerza para cumplir la misión que de ahora en adelante tiene en la historia de la salvación: María Madre de la Iglesia. Todo su amor y todos sus desvelos son ahora para los apóstoles y discípulos de su Hijo, para su Iglesia que es la continuación de la obra de Jesús. |